El asesinato de la periodista Regina Martínez, en 2012, logró la atención internacional hacia los riesgos que corrían los periodistas en Veracruz durante el sexenio de Javier Duarte. El primer asesinato ocurrió el 1 de junio de 2011. Los homicidios, desapariciones, amenazas y terror siguieron, como recuerda, tras una década de impunidad, una periodista veracruzana que no se cansó de exigir justicia.
Testimonio e investigación de Norma Trujillo Báez; fotografías de Félix Márquez/Proyecto Vestigios: trabajos premiados por Quinto Elemento Lab y Artículo 19.
I
Clima de Terror
Desde la llegada de Javier Duarte como gobernador, en diciembre de 2010, un clima de terror generalizado se instaló entre quienes éramos periodistas. Veracruz se convirtió en el estado más peligroso para ejercer el periodismo, que llegó a sumar 18 periodistas asesinados y 4 desaparecidos, y en nosotros se plantó una idea: “Nos van a matar”.
Tres meses después de que asumió la gubernatura de Veracruz, iniciaron los asesinatos y las desapariciones de periodistas.
El 8 de marzo de 2011, Noel López Olguín, de 45 años de edad y colaborador de los semanarios locales Horizonte, Noticias de Acayucan y del diario La Verdad, salió de su casa en el municipio de Jáltipan, al sur del estado de Veracruz que conjuntamente con los municipios de Coatzacoalcos, Minatitlán, Cosoleacaque integran una insegura y región rica en recursos naturales. Nunca regresó a casa. Al siguiente día su automóvil fue encontrado en la zona semi rural hacia Soteapan. El 1 de junio de 2011 su cuerpo sin vida fue encontrado. Fue el primer periodista asesinado.
Lo encontraron gracias a que el ejército detuvo a Alejandro Castro Chirinos, alias “El Dragón”, jefe de sicarios del grupo armado que controlaba el sur del estado y confesó el asesinato del periodista y su entierro en una fosa en Jáltipan. En el decomiso, junto con armas y drogas le encontraron la cámara fotográfica de Noel. Supuestamente el pago por matar a López Olguín fue de 50 mil pesos.
A José Alfredo Estrella García, reportero de El Liberal y quien coincidía en coberturas con Noel, le impactó tanto el crimen que nunca regresó a Jáltipan a cubrir información. “(Noel) venía a Cosoleacaque y me platicaba lo que cubría”, recordó. “Un día le dije, ‘te estás arriesgando mucho’, porque él tocaba temas del narcotráfico, pero decía nombres, decía en dónde vivían. Un día hizo un trabajo y me lo enseñó, yo le dije ‘esto está muy arriesgado’ y me contestó ‘lo voy a sacar’ y en juego le dije ‘ahí me saludas al patrón’, o sea a Dios”.
El 17 de septiembre de 2011 el periodista Gabriel Manuel Fonseca Hernández, conocido como Cuco, fue desaparecido. Con él se estrenó la desaparición como método de silenciamiento a periodistas.
Con el exterminio de ambos se inauguró el terror. Y duró todo el sexenio. A 10 años de estos crímenes las autoridades no han encontrado culpables.
Retratos de los periodistas Pedro Tamayo, Yolanda Ordaz, Anabel Flores y Gabriel Huge, colgados durante una protesta en las instalaciones de la Fiscalía General de la República de la ciudad de Veracruz. Foto: Félix Márquez
Las y los periodistas entendimos que no existía un lugar seguro: no importaba donde estuvieras, la forma de matar era cada vez más despiadada: varios colegas fueron torturados y mutilados antes de ser asesinados, segmentados en pedacitos, sus cuerpos empacados en bolsas de basura. Así era en los casos extremos.
Los mecanismos de silenciamiento tenían formas distintas, pero iguales resultados. Todos nos sentíamos bajo advertencia, especialmente quienes tratábamos de romper el silencio y publicar lo que el gobierno quería tapar. Y no pocas veces lograron amordazarnos.
La advertencia de que dejáramos de informar o pagaríamos las consecuencias se ejercía de manera cotidiana, no sólo de parte de las organizaciones criminales, también, y eso era más grave, desde las oficinas de gobierno.
Pesadillas de la muerte
“Nos van a matar”, rebotaba en la cabeza de muchos periodistas.
Caminábamos con temor, sentíamos que alguien nos perseguía. Y cada vez que era asesinado un colega esa certeza volvía. El miedo se había convertido en nuestra sombra.
“Nos van a matar”.
La idea se nos trepaba cuando nos enterábamos de amenazas contra colegas, como la periodista Maryjose Gamboa, quien en la habitación de su niña encontró una fila de muñecos de peluche tirados en el suelo en línea hacia el jardín; el último tenía un machete enterrado.
O como cuando nos enteramos que tres meses antes de su asesinato Regina Martínez había encontrado su baño humedecido: le dejaron los jabones mojados con huellas de dedos plasmadas.
O cuando supimos que el caricaturista Rapé (Rafael Pineda), mordaz en sus cartones, vio un mensaje en su coche que decía “calladito”, después de haber recibido un premio nacional. Esa última amenaza lo obligó a dejar el estado el 10 de septiembre de 2011.
“Nos van a matar”.
No era paranoia. El 20 de junio de 2011 habían asesinado al columnista de Notiver, Miguel Ángel López Velasco (Milo Vela), a su esposa y a su hijo fotoperiodista, Misael López Solana. Un mes después Yolanda Ordaz fue decapitada. A los nueve meses estrangularon a Regina Martínez. No se había completado la semana cuando Guillermo Luna, Esteban Rodríguez y Gabriel Huge, junto con una mujer que los acompañaba y que trabajaba en un medio, fueron encontrados en bolsas de basura, sus cuerpos desmembrados y arrojados en el canal de la Zamorana. Cuarenta días después, el cuerpo de Víctor Báez fue encontrado -cortado en pedazos- en bolsas dejadas a dos cuadras del Palacio de Gobierno.
Siguió una tregua de 20 meses, pasado ese periodo en el sur del estado Gregorio Jiménez fue decapitado y torturado, su cuerpo arrojado a una fosa clandestina. Once meses después Moisés Sánchez fue secuestrado y asesinado. A los cuatro meses Armando Saldaña fue asesinado. En menos de dos meses Juan Mendoza fue víctima de homicidio. A los 29 días nuestro amigo fotoperiodista Rubén Espinosa murió asesinado, antes fue torturado. Aunque su crimen ocurrió en la ciudad de México nosotros lo registramos dentro de ese “año de la furia” del gobierno duartista. 2015 cerró con cinco periodistas asesinados con violencia.
Antes de llegar a ese desenlace la violencia había ido in crescendo.
*
En enero de 2011 un grupo de reporteros éramos trasladados a bordo de una camioneta de la Policía Federal para que viéramos a los supuestos responsables de la balacera en la plaza comercial El Gran Patio de Poza Rica. El despliegue de seguridad era impresionante, tanto que el periodista Miguel Estrada Salazar repentinamente entró en pánico y comenzó a gritar: “Nos van a matar, nos van a matar, nos llevan a matar”.
Siempre traía esa sensación, que semejaba a una paranoia, pero en esta ocasión provocó pánico entre quienes lo acompañábamos. Después de que saltó de la camioneta en movimiento otros compañeros se aventaron con todo y cámara y micrófono. Algunos gritaban aterrados: “Yo me bajo, yo me bajo”.
Los policías federales, sorprendidos, nos decían: “No brinquen, se van a lastimar”. Pero el miedo acumulado era más poderoso. Un compañero y yo nos quedamos y nos bajamos hasta que llegamos a Poza Rica.
“¿Por qué se bajaron los demás?”, nos preguntó un policía.
“Un compañero dijo que nos llevan a matar”, respondí.
“¿Cómo creen?”.
Nos enseñaron a cinco detenidos, esperaron a que les sacáramos fotos antes de subirlos a un helicóptero. Nosotros regresamos en las mismas patrullas, con un cierto dejo de miedo.
El periodista que lanzó el primer grito de terror quizás presentía algo. Seis meses después, el 25 de julio de 2012, Miguel Estrada Salazar desapareció en Poza Rica. Pero el terror estaba instalado desde antes.
“El pánico se había apoderado de la mayoría de nosotros”, reconoce hoy Francisco de Luna, periodista del norte del estado, en donde cubrir la “nota roja” era casi una sentencia de muerte porque abarcaba supuestos “derrames de petróleo” que más bien se trataban de tomas clandestinas encubiertas, la complicidad del sindicato petrolero y el crimen organizado bloqueaban el trabajo de los periodistas o los obligaban a escribir de imaginarios accidentes por fisuras de los ductos.
Desde el Palacio de Gobierno se difundían rumores de periodistas vinculados a crimen organizado, que algunos estaban ya en una lista para ser asesinados, eran contratados espías y programas de espionaje para vigilarnos. Además de las amenazas de muerte vía telefónica o a través de mensajes al celular o al correo, éramos sometidos a campañas de desprestigio a través de redes sociales y correos.
El miedo se instaló entre el gremio tanto por las noticias que teníamos que cubrir como porque teníamos que enterrar a nuestros colegas. Y matar a periodistas era fácil y barato, la impunidad daba permiso.
Estos son algunos testimonios del miedo.
II
Testimonios del miedo
‘No me van a agarrar dormida’
Vivía pensando ‘¿cuándo vendrán por mí, cuándo entrarán a mi casa, cuándo me van a matar?’. Y cuando iba en mi carro decía ‘a ver quién se me empareja y me mete un tiro’. Esto me pasó cuando recibí las amenazas. Yo no dormía.
Cuando llegué a una terapia psicológica me dijeron que estaba viva de milagro, porque a las personas que no duermen les da un infarto, una enfermedad, se mueren, algo les pasa. Cerraba los ojos pero los cinco sentidos estaban abiertos, porque yo tenía una premisa: ‘si vienen por mí no me van a agarrar dormida, yo quiero ver quiénes son los que me van a llevar’. Me acostaba una hora y me volvía a levantar, esa era mi rutina todos los días.
¿Miedo? Sí, claro que te da miedo, porque yo tengo la grabación, yo grabé una de las amenazas, una fue grabada y la otra fue por escrito, y los otros eventos intimidatorios fue que un día llega un tipo en una moto, eran dos tipos en una moto, el que iba manejando no hizo nada, pero el que iba atrás arrojó una botella y en ese momento se incendió la hierba que está frente a mi casa.
Un día quisieron abrir mi carro, pensé que esa era la delincuencia, los rateros. Vivía muy cerca de la radio, estacionaba mi carro en la calle, poco tiempo después, fui a mediodía a mi auto a sacar algo y estaba la cajuela abierta, la dejaron así, no se llevaron nada de refracciones que tenía allí. Nada se llevaron.
Sandra Segura, periodista y columnista del Notiver, periódico que se edita en el Puerto de Veracruz, y conductora de noticias radiofónicas.
*
“No te van a hacer nada, son mis amigos”
Hubo una balacera impresionante en el mes de enero de 2012, yo llegué a registrar ese hecho dos horas más tarde, estaban allí militares y había mucho movimiento.
Un tipo se me acercó, me llamó por mi nombre, yo ni lo conocía y me dijo: “¿Quieres ver los muertos?”. Soltó su brazo hacia mi hombro, me condujo abrazado en medio de policías, de militares. Yo llevaba una cámara profesional, me la pidió y dijo “quiero ver cuáles fotos has tomado”. Le respondí, “voy llegando, y entonces me señaló a unos hombres que estaban parados en la escena del crimen, “no te van a hacer nada, son mis amigos”.
Nunca supe si eran de los malos o quiénes eran, pero estaban ahí, nadie les decía nada. El hombre me hizo caminar entre los ocho muertos que estaban tirados y otros que estaban en el piso, detenidos, apuntalados por el arma de los militares.
Estaba también un vehículo con los cristales rotos y cuerpos adentro. El tipo me ordenó: “Mira, tómales la foto, están muertos”. A mí no me impresionaron los muertos sino la actitud del desconocido que me conducía, quien rápido me comentó: “ya sé, te dio miedo”, y me quitó la cámara sin violencia, empezó a tomar las fotos y a caminar y me dijo “ahorita nos vemos”. Lo que hice fue irme y dejarle la cámara.
Cuando estaba llegando al periódico me entró un mensaje: “oye, sé que estás llegando al periódico y necesito que te quedes allá abajo porque ahorita voy a llegar”.
El mismo tipo de la escena llegó a las oficinas en las que trabajaba, pero ya traía la cámara envuelta en una playera del PRI, una playera roja y me dijo: “las queremos ver publicadas, tengo tu número y sabemos que trabajas aquí”. Yo quedé pasmado, no sabía que reacción tener y él se fue. Había borrado todo el archivo que tenía de la escena y había dejado fotos de puras armas largas y los tipos todos ahí baleados.
Francisco de Luna, periodista originario de Papantla, entre 2011 y 2014 corresponsal del periódico Imagen del Golfo, actualmente escribe en la página web Primer Párrafo.
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“La nota trajo intimidaciones”
Ocho cuerpos desmembrados fueron encontrados en una comunidad de Huatusco, entre los días 3 y 4 de junio de 2016, ya en la recta final del gobierno de Javier Duarte. La delegación de la Procuraduría General del Estado negaba los hechos.
Sin embargo, la población de la comunidad de Cotecontla nos corroboró que sí estaban los cuerpos. La Fiscalía del Estado se guardó la información. Nosotros sacamos la nota y 20 días después descubrimos que iban a enterrar los cuerpos en la fosa común del panteón municipal en donde se sepultan a los cuerpos no identificados. La nota tuvo impacto a nivel nacional porque la retomaron los corresponsales de Proceso y El País, pero eso trajo intimidaciones.
En la zona montañosa central de la entidad veracruzana, el comandante de la policía ministerial se acercó para amedrentarnos a los periodistas, nos dijo: “Van a correr al Fiscal de Huatusco y es por su culpa”.
También en el 2015, cuando trabajaba en El Buen Tono nos amenazaron que nos iban a levantar si se seguíamos publicando notas de unas ‘ejecuciones’ que se habían registrado en una población del municipio de Totutla y mi jefe inmediato me habló para que tuviera cuidado porque se trataba del crimen organizado, y estuve espantado por muchos días.
Con el gobierno local y del estado no había problema, la relación era cordial. Pero también tuvimos problemas con una familia de un empresario que fue encarcelado, acusado por amenazas y golpes, y cuando salió de la cárcel estábamos tomando gráficas, yo junto con una compañera de El Mundo y la familia nos golpeó e intervino la policía municipal. Nosotros pusimos la denuncia por agresiones y golpes, pero nunca pasó nada.
Julio César Herrera, periodista que trabajó esos años en El Mundo de Córdoba y en El Buen Tono
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“Buscaba un lugar distinto donde quedarme”
Siempre andaba con una maleta al hombro.
Un día me quedaba a dormir en un lugar, al siguiente en otro, incluso un día me quedé en un hospital porque una amiga me dijo, “si tú quieres te puedes quedar aquí en mi guardia y aquí estás segura”, o sea, era tal el nivel de tensión.
Por aquel tiempo vivía sola en un departamentito que había rentado, pero en esos días sólo llegaba a mí casa por ropa pero ya no me quedaba allí. La maleta la dejaba en el trabajo cuando salía a reportear. Al llegar la noche buscaba un lugar distinto donde quedarme. No quería que mi familia se enterara de lo que yo vivía y entonces echaba la mano de las amistades, por eso hasta en un hospital dormí. Eso me ocurría cada noche desde el 2014.
Nidia Sánchez, ex coordinadora de información policiaca del Diario de Xalapa, periódico de la Organización Editorial Mexicana
En honor a la periodista, la plaza principal de la ciudad de Xalapa, fue nombrada por colegas como “Plaza Regina Martínez”, supliendo el nombre de Sebastían Lerdo de Tejada el 28 de abril del 2015. La placa fue retirada. Foto: Félix Márquez
Lea el texto completo AQUÍ: https://thevestigesproject.com/sexenio-de-muerte/
Vea la exposición de objetos de periodistas asesinados AQUI: https://thevestigesproject.com/espanol/
Proyecto Vestigios está formado por fotografías y textos ganadores de la beca de investigación sobre libertad de expresión en México, convocada y apoyada para su realización por Quinto Elemento Lab y Artículo 19 en México.