La tarde se apacigua lentamente sobre Cuernavaca. En el bullicio contenido del centro histórico, Natalia Téllez Torres Orozco camina entre puestos, mercados y cafés como quien regresa a un lugar familiar, pese a ser una visita breve en su larga travesía nacional.

De figura firme, pasos seguros y mirada atenta, Natalia no aparenta agotamiento aunque confiesa que esto de recorrer el país pidiendo el voto no es algo a lo que estuviera habituada.

Y sin embargo, lo hace con una naturalidad que revela más que cualquier currículum: esta mujer lleva el oficio de escuchar en el corazón.

Natalia aspira a ser ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. En tiempos ordinarios, la elección de los miembros del máximo tribunal es una decisión tomada por élites políticas desde espacios cerrados, casi herméticos.

Pero estos no son tiempos ordinarios. La reforma judicial, inédita y polémica, decidió abrir esas puertas antes cerradas al pueblo, y hoy la elección está en manos de los ciudadanos.

Por primera vez, candidatos a ministros, magistrados y jueces tienen que salir a pedir votos como cualquier político. Natalia, consciente de que esto es algo «nuevo» y «complicado», entiende que la justicia, aunque escrita en leyes, se dicta desde la confianza del pueblo.

La apodan la Ministra Anticorrupción, título ganado no solo por su actual desempeño como Magistrada en el Tribunal Federal de Justicia Administrativa, sino por haber participado en estrategias efectivas para cobrar impuestos evadidos por grandes empresas.

Pero Natalia no presume; más bien explica con paciencia el trasfondo y complejidad de la lucha contra la corrupción. Para ella, combatir este mal no es solo cuestión legal, sino cultural, y reclama con firmeza una transformación profunda:

«Debemos fomentar la cultura de la denuncia y apoyar a quienes se atreven a alzar la voz», afirma convencida.

Cuando Natalia habla de casos que ha conocido y resuelto, su tono adquiere una gravedad que atrapa. Relata el caso de un servidor público que, además de hostigar laboralmente, almacenaba material ilegal en su computadora institucional.

Su voz transmite indignación contenida; este caso, dice, marcó profundamente su visión sobre la importancia de ser una juzgadora comprometida no solo con el derecho, sino también con la protección a los más vulnerables.

En casos así, insiste, no cabe ambigüedad alguna: «Tenemos la obligación de denunciar cuando existe presunción de delitos».

Pero Natalia no es una figura rígida, al contrario, maneja bien las contradicciones de un sistema judicial aún distante y la necesidad urgente de acercarlo a la ciudadanía.

Una de sus propuestas más llamativas es precisamente esa: hacer itinerante a la Suprema Corte, llevarla físicamente hasta las comunidades alejadas del país, donde la justicia parece ser solo un rumor lejano.

También propone crear una oficina de atención ciudadana directa, para que las personas comunes puedan recibir orientación, asesoría gratuita y, sobre todo, ser escuchadas.

En este recorrido, Natalia escucha más de lo que habla. Es atenta, cálida, genuina. Su interés por las personas es auténtico, y eso resuena profundamente en quienes se acercan a saludarla.

Ella lo sabe bien: muchas veces la justicia comienza no en las sentencias, sino en el simple acto de escuchar.

La narrativa de Natalia Téllez es una invitación a repensar la justicia en México desde la empatía, la transparencia y la cercanía. «No todos entienden el derecho como nosotros los abogados lo entendemos», explica con humildad. «Pero es vital que todos los mexicanos conozcan sus derechos, y también los mecanismos para hacerlos valer».

La entrevista termina, pero la jornada para Natalia continúa. Su agenda aprieta entre Tlaxcala, Nuevo León, Veracruz, Oaxaca. Aun así, antes de partir, lanza un último llamado sincero a la ciudadanía: «Voten este primero de junio. La justicia también depende de ustedes».

Mientras Natalia se pierde entre la gente rumbo a su siguiente destino, queda flotando una pregunta inquietante y necesaria: ¿Será capaz esta jueza que decidió escuchar al pueblo, de transformar desde adentro la más alta Corte del país?

La respuesta, por primera vez, está en manos del pueblo mismo.